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ESCAPADA A VILLA PARANACITO
En esta época del año, el clima y la amplia diversidad de especies ofrecen una gama de posibilidades muy amplia. Compartimos una muy entretenida salida de pesca al sur de la provincia de Entre Ríos.
POR OMAR CIVALE
Recibí la invitación de Ángel Barrau, guía de la zona y mi amigo personal.
La idea era pescar las especies más codiciadas del río Uruguay para estos momentos es decir, bagre de mar o mimoso, bogas, dorados y tarariras.
Si bien casi exclusivamente pesco con artificiales, me encantó la idea y me dediqué a desempolvar equipos olvidados.
El domingo pasado a las siete de la mañana, estaba en la puerta de la guardería, mientras esperaba a que abrieran para ingresar, ensillé un cimarrón y me tomé unos amargos; como poniéndose de acuerdo, mientras el encargado abría el portón y me franqueaba el paso, Ángel atracaba su tracker de proa cabinada de 6,80 mt.
Después del efusivo saludo que nos brindamos, subí mi equipo a bordo y en minutos estábamos navegando rumbo al Gutiérrez y Bravo, en este último río comenzaríamos la jornada pescando bagres de mar.
Mi amigo me facilitó una línea corta, de unos ochenta cm., hecha sobre nylon de 0,70 mm., armada con tres esmerillones, uno en la punta donde se ata el nylon del reel, otro a unos diez centímetros más abajo del primero y el último casi al final, pegado al mosquetón donde va la plomada, en este caso un zeppelín de trescientos gramos, la brazolada de nylon de 0,50 mm. sujetada al último esmerillón, estaba rematada por un anzuelo de pata larga, serie 92611 número cuatro.
A la altura del par de boyas 159, la ecosonda marcaba veintisiete metros de profundidad y habíamos anclado muy cerca de un pozón que tiene aún ocho metros más, lo delataba el remolino brillante que se formaba en superficie, así que sumando, los plomos descendían como treinta y cinco metros hasta llegar al fondo, donde se suponía, se mueven los mimosos.
El guía sacó la carnada, era una masa de anchoítas, calamares y langostinos informe y congelada, a los pocos minutos, nos envolvió un olor tan fuerte que yo no quise encarnar mi anzuelo, por miedo a que no se me fuera ese olor de los dedos en un mes, así que se lo dí y le pedí que se haga cargo.
Entre bromas, risas y mates, sentíamos como los bagres tomaban la carnada y soltaban sin afirmarla en sus bocas, nos costó bastante poder subir a bordo media docena de mimosos medianos, no aparecieron los monstruos que suelen asolar esa zona del Bravo. Ya teníamos fotografiada la primera especie que fuimos a buscar, así que para mi beneplácito, dimos por terminada esa modalidad de pesca y nos fuimos a por los dorados.
Con no disimulada satisfacción, armé mi equipo de baitcast, elegí señuelos que no profundizan más de noventa centímetros, suavemente detuvimos la embarcación en la boca de un riachito que desagua en el Gutiérrez.
– Acá, el sábado pasado sacamos como para hacer dulce -. Dijo muy seguro mi amigo.
Después de haber hecho veinte tiros o más, peinando la zona como buscando piojitos y no habiendo tenido un solo toque, sin decir una palabra soltamos amarras y nos fuimos a otro lugar, y a otro lugar, y a otro lugar más, los dorados habían desaparecido de la zona.
En cada riacho que entrábamos encontrábamos la misma escena, protegidos en su interior, infinidad de pequeños cardúmenes de sabalitos se desplazaban a sus anchas, sin ser molestados por los feroces predadores que estábamos buscando.
Nos miramos sin entender nada y nos fuimos a otro curso de agua más distante, que antes de la última crecida estaba totalmente tapiado por los camalotes, sólo un excelente conocedor del río como Ángel se anima a entrar, en la boca hay bancos que imposibilitan la navegación, pero el maestro timoneando a la perfección, encontró una canaleta entre tres bancos, con sólo cuarenta centímetros de profundidad, logrando pasar sin problemas.
Nuevo cambio de equipo y nos dispusimos a pescar tarariras, como sabemos éstas están sobre las orillas, en muy poca cantidad de agua y asentadas en el fondo, protegidas además, entre la vegetación acuática. Así que, si bien arrancamos pescando con señuelos de superficie y luego de clavar varias, molestos por como se enganchaban los triples en la vegetación en casi todos los tiros, nos decidimos por usar cucharas con un solo anzuelo con protección y le adosamos ranitas y/o polleritas de látex.
Comenzamos pescando desde la lancha, y a los pocos minutos luego de activarlas con los engaños, comenzó un festival de piques, en su mayoría de tarariras de 500 g., a kilo y medio de peso, atacaban furiosamente los artificiales y ya sea que los tomaran o no, saltaban fuera del agua haciendo que disfrutáramos al máximo.
Después de un rato, bajamos a tierra y comenzamos a caminar la costa hacia ambos lados, con la intención de probar en la márgen de enfrente, lanzábamos los engaños cruzando el riacho, notando con sorpresa que si no tomaba una tararira en la costa, al llegar al medio, teníamos pique de doradillos.
Éstos estaban donde había más agua, en el medio del cauce habría unos ochenta centímetros, pero sin delatar su presencia con los saltos, como nos tienen acostumbrados.
Ya sea por influencia de la luna llena, el excesivo calor reinante, que estuvieran ahítos de comida, o la bajante que en ese momento estaba en su máximo nivel, los dorados no estaban cazando, sólo atacaban cuando los señuelos pasaban cerca, provocándolos con el zumbido y los destellos de las cucharas.
Así que para las tres de la tarde, ya teníamos tres especies fotografiadas y devueltas con vida a su hábitat.
Sólo faltaban las boguitas, ya nos íbamos a pescarlas y en un último tiro largo que efectué, sentí un pinchazo en un músculo de la espalda, producto de una antigua lesión que me dejó sin aire, lentamente subí al tracker tomé un analgésico y cuando comenzó a hacer efecto, desarmé el equipo, pidiéndole disculpas a mi amigo por no poder completar las cuatro especies propuestas, quedé con el brazo derecho totalmente inutilizado, tanto que al llegar a la guardería, tuve que ponerme firme con Ángel, dado que quería traerme a casa manejando mi auto y volverse con un micro.
Tal es la calidad de ser humano de este guía, conocedor del río sin igual, atento a la menor necesidad de sus clientes, brindándose para que podamos pasar un día de pesca maravilloso.Quedó en firme la vuelta por la revancha, para cualquiera de estos días.
Para finalizar amigos, la recomendación de siempre, si queremos seguir pescando, cuidemos el río y los peces.
No arrojemos nuestros desperdicios en el primero y devolvamos al agua con vida a quienes nos brindan la satisfacción de hacer lo que mas nos gusta, PESCAR.
Hasta la próxima – Omar Ariel Civale
Para recomendar:
Ángel Barrau – Guía de pesca – www.pesca-rio-uruguay.com.ar

Que combo !, dorados, taruchas y bagres de mar.. faltaron las bogas jajaja.
Hermosa nota.
Un abrazo.
Grande Omar!!!!! hermosa nota y lindas tarus! abrazo